La lotería de amar es aún más fecunda y tiene premio doble: la posibilidad de amar y la de ser amado. ¿Quién sabría decir cuál de los dos premios es más grande? Para esta lotería no hace falta ni siquiera comprar billete: basta con tener corazón y con no tenerlo demasiado endurecido por el egoísmo. Es un sorteo con muchas pequeñas alegrías de reintegro que, además, tocan en todos los décimos.
La lotería de la esperanza es un poco más cuesta arriba. Para jugar a ella hay que tener los ojos limpios y algunos kilos de coraje frente a la adversidad. Pero también está al alcance de todos. Generalmente en esta lotería no tocan premios gordos; hay que irla ganando cada día, con pequeñas pedreas que dan para seguir comprando esperanzas para el día siguiente.
Y luego está la lotería de creer. Creer, si se puede, en Alguien. 0, cuando menos, en algo, que, si es limpio, termina por conducir a creer también en ese Alguien que escribo con mayúscula. Esta lotería no se compra. Es un don. Pero un don ofrecido a todo el que lo busca cm buena voluntad. Y ése sí que es un buen «gordo». No «resuelve» los problemas. Pero da fuerza para resolverlos.
Todas estas loterías están ahí. Y tocan a todos los jugadores. Y se ofrecen a ricos y a pobres, más a los pobres que a los que se rebozan en su riqueza. Lo asombroso es que no haya colas en las expendedurías.