«Nadie os quitará vuestra alegría»
Estas palabras del Salvador: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría» no deben ser referidas a este tiempo en que, después de su resurrección, se dejó ver en su misma carne por sus discípulos y les dijo que le tocaran, sino a ese otro tiempo del cual él mismo ya había dicho: «El que me ama, lo amará mi Padre y lo amaré yo y me mostraré a él» (Jn 14,21). Esta visión no es para esta vida sino para la vida del mundo venidero. No es por un tiempo sino que no tendrá fin. «La vida eterna es que te conozcan a ti al único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). El apóstol Pablo dice sobre esta visión y conocimiento: «Ahora vemos como en un espejo de adivinar, entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora inmaduro, entonces podré conocer como Dios me conoce» (1C 13,12).
Este es el fruto del trabajo de la Iglesia, ésta lo da a luz ahora en el deseo, entonces lo dará a luz en la visión; ahora en el dolor, entonces en el gozo, ahora en la súplica, entonces en la alabanza. Este fruto no tendrá fin porque nada nos va a satisfacer sino lo que es infinito. Es ese deseo el que hizo decir a Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14,8). De San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia, Padre de la Iglesia Latina
Sermones sobre el evangelio de San Juan, nº 101
«Ahora vemos como en un espejo de adivinar, entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora inmaduro, entonces podré conocer como Dios me conoce» (1C 13,12).
Un abrazo
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En la escatología final, la verdadera bienaventuranza, para que el hombre la adquiera es necesaria la resurrección del Verbo, la gente resucitada con la resurrección iniciaran el milenio, mil años durante los cuales no se verá al Padre, sino solo al Hijo resucitado acostumbrándose a la carne (Cristo) para luego pasar al Padre, además este milenio sucederá en la tierra, pero en un cielo nuevo y una tierra nueva. No se da en el milenio la visión del Padre, sino una preparación de la gente a la visión del Padre pero secundum carnem. Se da por tanto un proceso gradual, que lo inicia el Espíritu Santo , lo continua el Hijo y lo consuma el Padre. Distingue así tres puntos en la historia de la salvación: Espíritu Santo, etapa del Antiguo Testamento ; la 2ª es la del Hijo, la cual a su vez se subdivide en dos, se inicia en la encarnación, y dura hasta la parusia; para luego continuarse la etapa del Hijo durante mil años, tras el séptimo milenio llegará el Padre. Así, en la ley del Antiguo Testamento hemos recibido un espíritu profético, luego, con Cristo, un espíritu adoptivo, y al final el espíritu paterno. Hay pues un proceso de adaptación.