He conocido la mirada de Jesús que abre la puerta a la felicidad. Él me ha mirado con infinita ternura y ha buscado en mis ojos la respuesta a su amor. Me ha envuelto en su mirada y me ha susurrado al oído que quiere encargarse de mi vida, que la deje en sus manos para hacer de mí una santa. Ojos que transparentan la Luz de Dios, ojos que me buscan cuando saco agua del pozo del pecado. Ojos que dan la vida y la reflejan. Ojos heredados de María. Ojos que la muerte no pudo cerrar.
Ojos de Cristo, no me perdáis de vista.
Ojos que dan la vida y la reflejan. Ojos heredados de María. Ojos que la muerte no pudo cerrar.
Un abrazo, amiga
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¿Cómo era la mirada de Jesús? A Jesús no sólo no hay que perderle de vista (Hb 12, 1-2), sino que tampoco hay que perder de vista su mirada ni su punto de mira, el corazón. Los evangelios conservan diferentes «miradas» de Jesús; si los ojos son el reflejo del alma, a través de ellas podremos llegar a conocer los «sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,6), para interiorizarlos y hacerlos propios. Y todos necesitamos ese cruce de miradas clarificador, pues en la mirada de Cristo se percibe la profundidad de un amor eterno e infinito que toca las raíces más profundas del ser.