Vuelve a tu hogar, estamos en adviento y te llaman desde el corazón cálido y amoroso de Dios. Acércate a la imagen visible del hogar: Jesús en la cuna.
No dejes pasar este tiempo de llamada y respuesta porque es un tiempo de salvación. Ojalá puedas decir siempre:
«Mi hogar es Dios, por eso vaya a donde vaya estaré siempre en el refugio de mi hogar».
Muy bonito, feliz tiempo de adviento.
Un abrazo.
Nadie notó en Nazaret
lo que estaba sucediendo:
que teníamos dos cielos,
uno arriba, otro creciendo.
Si estaba hecho de carne
¿era carne de cristal?
Y yo pisaba con miedo,
no se me fuera a quebrar.
Cuando yo respiraba
respiraba Él;
cuando yo bebía,
bebía también
el autor del aire,
del agua y la sed.
¡Qué envidia me tuvo el cielo
durante los nueve meses!
Él albergó al Dios eterno.
Yo tenía al Dios creciente.
Las jugarretas de Dios
no hay nadie que las iguale:
Él es mi padre y mi hijo,
yo soy su hija y su madre.
Cuando miro en la fuente
el agua clara,
pienso que son tus ojos
que se adelantan.
Las mujeres con envidia
contemplan mi gravidez
y no saben que soy madre
más que de carne, de fe.
Cada noche miro al cielo
y recuento las estrellas.
Falta una y yo lo sé.
¡Pero qué ganas de verla!
Cuando llevo hasta mi boca
el tierno pan recién hecho,
me parece que comulgo
la carne que llevo dentro.
Cuando escucho cómo salta
de gozo dentro de mí,
pienso: ¿En un mundo tan triste
le dejarán ser feliz?
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José Luis Martín Descalzo