«ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.» San Marcos (16,15-20).
Hoy el Señor nos da la medida de nuestra fe. ¿Creemos en Él? ¿Nos acompañan los signos de los que habla? ¿En el nombre de Jesús echo los demonios de mi lado o del lado de mi prójimo? ¿Hablo los nuevos lenguajes de comunicación para predicar su Palabra? ¿Creo que Dios me ama, es decir me cuida como a «la niña de sus ojos»? ¿El mal no me hace daño porque no entra en mi alma? ¿Llevo la salud a los que me rodean con mi paz y mi amor?
En el Cristo elevado al cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. El “cielo”, la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Benedicto XVI.
No es momento de mirar al cielo, es momento de trabajar para el cielo, es decir para que venga el Reino de Dios a nosotros. Qué la Paz que Cristo da llegue a todas las naciones, pueblos y personas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Debe estar conectado para enviar un comentario.