Lo que me hizo meditar de la peregrinación de Benedicto XVI a Santiago:

«Peregrinar significa, más bien, salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios allí donde Él se ha manifestado, allí donde la gracia divina se ha mostrado con particular esplendor».

 «Mediante la fe, somos introducidos en el misterio de amor que es la Santísima Trinidad. Somos, de alguna manera, abrazados por Dios, transformados por su amor. La Iglesia es ese abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos, descubriendo en ellos la imagen y semejanza divina, que constituye la verdad más profunda de su ser, y que es origen de la genuina libertad.»

 «En lo más íntimo de su ser, el hombre está siempre en camino, está en busca de la verdad. La Iglesia participa de ese anhelo profundo del ser humano y ella misma se pone en camino, acompañando al hombre que ansía la plenitud de su propio ser. Al mismo tiempo, la Iglesia lleva a cabo su propio camino interior, aquél que la conduce a través de la fe, la esperanza y el amor, a hacerse transparencia de Cristo para el mundo. Ésta es su misión y éste es su camino: ser cada vez más, en medio de los hombres, presencia de Cristo, «a quien Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención» (1 Co 1,30). Por eso, también yo me he puesto en camino para confirmar en la fe a mis hermanos (cf. Lc 22, 32).»

Santiago, amigo de Jesús, encarna la esperanza en el Reino y es testigo de  momentos íntimos del Maestro junto con Pedro y Juan. Los tres nos presentan las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad