
En la Misa de hoy se lee la Epístola I de San Juan 2, 22-28. De ella quedó en mi corazón, repitiéndose hasta calar profundamente, lo siguiente: «La promesa que Él nos hizo es esta: la Vida eterna». Nadie me hizo una promesa mejor, nadie me dio tanto consuelo como Jesús prometiendo la vida, y yo lo creo ya que firmó esta promesa con la cruz y la resurrección. Bendito sea Dios que nos buscó en las profundidades del mal para elevarnos a Él y darnos la vida para siempre.
En este nuevo año intentaré que esta promesa esté en el centro de mi vida; de esta forma cuando la tentación llegue y las dudas aparezcan giraré mis ojos y oídos hacia Jesús para escuchar de nuevo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré el último día».
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”El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré el último día”.
¡¡Gloria y alabanza a El!!
Un abrazo
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