Santa María, Madre de Dios y, como rergalo grandioso de Jesús, Madre mía.
Aceptaste siempre la voluntad de Él, y así, a los pies de la cruz en la que clavado agonizaba Jesús, dijiste un sí rotundo y me aceptaste como hija. Ni una queja salió de Ti y al igual que en el resto de tu vida ante el no entender humano, Tú confiaste y me ensañaste como vivir: abierta a Dios, consciente de que me habita, despierta y vigilante, pisando la cabeza a la serpiente, mirando siempre a Dios.
«Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que recurrimos a Ti»
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